La sexta zonal clasificatoria del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, realizada por la Alcaldía de Santiago de Cali en el municipio de Villa Rica, departamento del Cauca, estuvo cargada de memorias e historias. El paso del tiempo no ha desarraigado los saberes tatuados en su gente, ni en sus raíces; por el contrario, permanecen inalterables en los portadores de esta riqueza inigualable que atraviesa de norte a sur, el Pacífico colombiano.
El Petronio Álvarez es el festival de cultura afrodescendiente más importante de Latinoamérica y se ha convertido en el eslabón que conecta el pasado con el presente. A través de él, se viaja en el tiempo sin importar la época o la distancia; evoca la ancestralidad y revive la ancestralidad, gracias a cada agrupación que participa en el certamen.
Cientos de artistas entran con trajes de colores, sombreros, pañuelos, pantalones blancos y pies descalzos; mujeres con turbantes en la cabeza, realzando su belleza; los instrumentos se pasean y llenan de canto y música cada los salones en los que se preparan antes de subir a la tarima.
En esta oportunidad, la mirada del público se centró en uno de los instrumentos más llamativos y que, según los músicos, es el rey del Cauca; es el violín caucano, que lleva más de 300 años en estas tierras. Cuentan los viejos que llegó desde muy lejos, como dicen por ahí, “del otro lado del charco”.
Inicialmente los españoles trajeron el violín italiano conocido como Stradivarius, “los españoles lo trajeron a las haciendas donde había esclavos y como los amos eran los que hacían las fiestas, los esclavos miraban a los amos y a escondidas de ellos aprendían. De allí, nació el violín caucano”, contó el maestro Luis Edel Carabalí, director de la agrupación Palmeras.
Según Giovanni Mina Patiño de la agrupación Remolino de Ovejas, “El violín se fabricó en las haciendas esclavistas. En ese entonces, los españoles traían sus violines y muchos de nuestro afros aprendieron a tocar estos instrumentos a oído, pero no había la manera de ellos tenerlos y fabricaron uno con la guadua que tiene esta región”.
La resistencia y lucha de los pueblos de Latinoamérica son el fiel reflejo de tenacidad, fuerza y la capacidad de resurgir, la creatividad y las formas de aprendizaje siempre trascienden por más dura que sea la situación. Los hombres que fueron traídos como esclavos se las idearon para copiar el violín Stradivarius y aprender, según la historia, a tocar a oído este bello instrumento.
Muchos aprendieron a escondidas, como Luis Edel, quien desde que tenía 10 años sacaba el violín de su papá para practicar mientras él trabajaba, en ocasiones se ganaba una ‘pela’ por buscar la mejores cuerdas para que sonara bonito. “Había un señor que tenía un caballo blanco con una “colísima” y nosotros le trasquilábamos la cola al caballo y vea, me pegaron una levantada por dañarle la cola al caballo, por sacar la crin para hacer el arco con que uno toca, es que yo oía un violín o una canción con violín y me erizaba, yo decía algún día tengo que tocar violín”.
Hoy en día es uno de los grandes intérpretes y ganador de la modalidad violines caucanos que se abrió en el Petronio en el año 2008. “Gracias a Dios y al Petronio hubo un despertar de los violines, cuando se abrió la modalidad nos la ganamos nosotros el grupo Palmera, en los años 2010 y 2013, ¿entonces, qué pasó?, en todas las regiones ya todo el mundo quería tocar violín y de allí nacieron muchas escuelas. El Petronio le dio el empuje que necesitaba para que esto siguiera creciendo”, aseguró el artista.
Otro de los grandes violinistas es Raymundo Carabalí Mina, de la agrupación Puma Blanca. Lleva 45 años tocando el violín y, a diferencia de otros, aprendió ya adulto con uno que tenía hechizo. Dice que practicaba tratando de encontrarle armonía y como mejorar el sonido.
“Se me vino a la cabeza mirando otros violines. Yo fui el primero que llevó este violín de guadua a Petronio Álvarez; anteriormente, la cabeza se hacía en bambú, pero a la hora de afinarlo, esos violines eran artesanales, pues la clavija se desafinaba mucho porque el bambú y la guadua no daban la contextura, entonces yo dije, pues si nosotros vamos a tocar con esto, que el tarugo sea de guadua y la rabiza de cacho de vaca, pero le colocamos la cabeza de madera; ahora no se volvieron a desafinar. Esa cabeza la inventé yo”, afirmó Carabalí.
Estos dos artistas han sido inspiración para Geovanini, que no se cambia por nadie y saca pecho al preguntarle: -¿Quién hizo el violín que trae?- “Este lo hice yo, está hecho de guadua, cogí la guadua más gorda que había, corté un tarugo, le saque comida -madera- para que quedará más delgado, le hice el diapasón, también las clavijas, las cejillas y también se utiliza para el arco la misma guadua, las cerdas de crin que son de bestia o también puede ser de nailon”, sostuvo.
“Cuatro cuerdas hechas con guadua, tira cuerda, caja sonora y adentro tenemos un palito que llama el ‘alma’. Ese palito recoge o hace un puente entre la parte de arriba y de abajo. En este caso le coloqué un micrófono por si acá en la zonal no hay uno, entonces vine preparado porque este violín tiene que sonar espectacular”, resaltó.
Y es que esta zonal estuvo llena de leyendas vivas, niños al lado de maestros tocaban al unísono los violines, una mezcla perfecta y mágica que tocaba fibras desde la cabeza hasta los pies. Un instrumento que rememora el pasado, unifica el presente y trasciende en el futuro.
Entre bambucos, fugas y torbellinos, 31 agrupaciones de 12 municipios presentaron audiciones en las cuatro modalidades de Conjunto Marimba y Cantos Tradicionales, Conjunto Chirimía de Flauta, Agrupación Libre y la modalidad tradicional del norte del departamento del Cauca: Conjunto Violín Caucano.
Yuliana Valencia Bermúdez